“LA REPÚBLICA DE CERVANTES”:
Vivir para ver, ¿Quién me iba a decir que asistiría al traslado de residencia de un Rey en España?, tú mismo, no te hagas el ingenuo, te lo dijiste muchas veces de pequeño cada vez que estudiabas un capítulo de la Historia de España, aunque debo decir que el hecho de vivirlo es muy distinto de pensarlo y produce una sensación de ensoñación. Si consideramos que la doctrina que abraza a un hombre es el fundamento de su conducta, la filosofía de un pueblo explica su forma de ser, la búsqueda de su ideal. Como no podía ser de otra manera el pueblo español asiste a un capítulo de su propia historia como siempre lo ha hecho, con el corazón, con el sentimiento, con el misticismo y con el marasmo castizo propio de nuestra cultura. “A mí es que el Rey me cae muy bien, es muy campechano”, canción que he oído cantar como suave tonadilla en los años que me acontecen, “!No queremos reyes!”, “El que quiera un Rey que se lo pague”, etc. son voces que en estos momentos salen a la palestra continuamente, quizás por lo días que vivimos con más volumen que sus contrarias. En mi opinión, aunque parecen contrarias no dejan de tener el mismo origen: la pasión, el sentimiento. Cuando se exige una monarquía o una república las personas las piensan como sustantivos, pero no como adjetivos, y aquí es donde reside el principal problema. La mayoría de personas quieren poder llamar de una manera determinada al sistema el cual le engloba, mostrando indiferencia ante la manera que se articule. Ellos quieren una monarquía porque su padre y su abuelo eran monárquicos, porque son descendientes muy lejanos de Doña Urraca, o porque Alfonso XIII se iba a tomar sus tragos en un bar donde lo regentaba un antiguo vecino. Ellos quieren una república porque su padre era republicano, porque en el colegio tenían un profesor muy fascista y eso les produjo sabe Dios qué mecanismo psicológico, o porque una vez vieron una película de la guerra civil donde los buenos eran los republicanos. Más allá de entender superficialmente qué significa monarquía o república, no se profundiza más ni política ni históricamente. Es decir, se es monárquico o republicano en función de un sentimiento que en el caso español podría elevarse a místico, ya que después de dicha afección solo está Dios o Marx. En el caso de mantener una monarquía aseada, como supuestamente nos dirigimos, ¿tenemos la certeza de una renovación absoluta, de tal manera que no vuelvan a aparecer casos de supuesta corrupción?, No, ¿Si optamos por una república tenemos la seguridad que todos esos millones que iban destinados a la casa real irán a un servicio social, o quizás se lo quedarán otras corruptelas pertinentes sin sangre azul?, tampoco tenemos la seguridad. De modo que yo me pregunto: ¿y qué más da la opción que elijamos?. El resultado va a ser el mismo. Esto me lleva a mi postura, no siendo yo un defensor de la monarquía, la respuesta a esa pregunta es realmente sencilla, si lo que se plantea es un cambio estructural de un sistema “esclavizante” como el que vivimos, una autoafirmación conociendo nuestra cultura, y promoviendo una educación en valor absoluto, produciendo una sociedad más justa y con menos justicia, la pregunta de república o monarquía quedaría respondida inmediatamente y sin ningún tipo de controversia. Pero claro, para ello requiere un nuevo amanecer, un nuevo despertar donde la actitud del individuo sea reconstituyente, renovada y firme. Un avivar el espíritu, un levantamiento del alma el cual busca su esencia, siendo el presente, con los métodos del pasado, para enfrentarse a los retos del futuro. Cualquier otra forma de enfrentarnos a estas cuestiones de Estado es incidir en un emperador, en un Stalin o en un Luis XIV. ¿Qué haremos el día después de la revolución?, ¿mirarnos y esperar al nuevo emperador, al nuevo mesías, al nuevo camarada del partido o al nuevo Rey?. Y es que la explosión sacude y tambalea, pero no ordena, para ello requiere quietud y no zozobra. En cualquier otro caso optaremos por una reforma y no por un cambio de sistema, volveremos a que la ley es la voluntad y no al revés, seguiremos creyendo en la libertad por sumisión y no por rebelión, seguiremos aceptando falsedades en el momento en que se convierten en hábitos, haciéndonos creer que con nuestra soberbia de espíritu somos capaces de elegir, seguiremos creyendo en el “Dios, Patria y Rey”, aunque cambien a esos tres mendaces impostores por otros nuevos nos seguirán imponiendo su razón de Estado. Hasta que no exista ese nuevo amanecer, esa nueva concepción, da igual las decisiones que tomemos ya que los que deciden nuestro destino, los hombres y nombres que se encuentran entre bambalinas, no necesitan ni presidentes del gobierno ni reyes para llevar a cabo sus fechorías a costa de nuestra esclavitud. Es que en el fondo todo tiene andorga, de modo que solo existirá patria española, monárquica o republicana, en el momento en que la necesidad de serlo supere al serlo, y la voluntad de serlo sea algo más que la resignación de serlo, ya que querer serlo está por encima de tan solo serlo. Gracias a Dios Cervantes no es Platón.