EL HOMBRE DE CIENCIA

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EL HOMBRE DE CIENCIA”: A lo largo de la Historia hemos comprobado cómo se han ido entregando los papeles a representar en este carrusel de payasos y trapecistas. En todo momento aparecen salvadores que se encuentran en primera línea de fuego, ya bien sea con espadas y fusiles defendiendo a una población de la invasión Alemana, Inglesa o Francesa, o bien hoy en día en los Hospitales intentando salvar vidas. Al mismo tiempo, hay otros papeles no tan populares y que suelen ser lo más denostados, escupidos y deseosos de poder ser crucificados. Me pregunto: ¿alguno de los personajes de este Fausto de Goethe Histórico, pudo elegir su papel?, quizás pudieron elegir sus frases, hasta sus expresiones pero su papel ya estaba decidido: el hombre necesita el sujeto de la Historia para legislar, para decidir, para ordenar las plumas y espadas en el tintero, siguiendo fiel a su interés que no es otro que la negación. Estos personajes definidos con sus funciones claras y concisas no representan ningún tipo de condición, simplemente son: Los bondadosos persiguen “milagros” como los nombraba Schopenhauer, y los malvados seguirán persiguiendo otros prodigios, malignos para los de enfrente y virtuosos para los de aquí. Si profundizamos y apartamos el telón de la función, y nos adentramos en las bambalinas, empezamos a ver quién va dirigiendo la función, cómo se articula los procedimientos para que el mito de la caverna esté más presente que nunca, y que en el fondo solo veamos proyecciones, sombras del mundo real que ocurre detrás de la cortina. Podría hacer una vivisección y empezar a describir cada uno de los adefesios, monstruos de uñas renegridas por la mugre y grotescas figuras alargadas de difunto semblante. ¡Oh!, me encantaría hacerlo, me encantaría dar el gusto a mi sentir más Umberto Eco, a mi sentir más obsesivo del detalle, a mi universo que vive en el mundo que se forma al introducir miles de demonios en una sola cabeza de alfiler. Pero no aplica para el destino concreto de este artículo, y podría seguir escarbando en mi fama de propugnador de textos densos y enrevesados, donde la necesidad de explicar una realidad se confunde con el hecho de quien cree posible explicar el mundo con conceptos básicos o peor aún sin contextualizarlos. Por tanto, debemos elegir un personaje de ultratumba al cual describir, ¡demos la bienvenida a: “El hombre de ciencia”!. Dentro de la generalidad de todos aquellos individuos que practican la ciencia, o han tenido una educación científica – como es mi caso -, existirán espíritus libres a los cuales no le aplica la norma general. Doy un paso al frente afirmando que la decadencia de la civilización en la que vivimos tiene varios responsables, y uno de ellos es el Hombre de ciencia. En su momento ya como viejos Zaratustras, algunos filósofos señalaban tal divorcio como el principio de la ruptura entre ciencia y pensamiento, ¡terrible mal!,!que me lleve los demonios!. Esto nos lleva a un Einstein queriendo hacer la reverencia de medio lado y con mirada Vaticana orientada a la Gran Secta Teosófica, y todo ello mientras nos habla de Espinoza. Hay que tener en cuenta que la moral y la metafísica, generan un mundo de valores que reaccionan frente a la realidad, frente a los hechos, frente al vivir. Pero si continuamos retrocediendo en la búsqueda del origen encontramos dos fuerzas imperativas que mueven al hombre: El instinto de conservación y la búsqueda del placer. La desesperanza que supone esta vida, esta realidad, donde todos vamos para difuntos, donde nuestro entorno es inmoral, donde no hay explicación ética para casi nada y donde el instinto de conservación es la voluntad más primaria de seguir en el presente, nos hace emprender una búsqueda por encima de todo, y esa es la búsqueda de la seguridad, la necesidad de certeza, la necesidad de sentir el mástil más estable de nuestra embarcación dentro de esta tormenta que es vivir. Dicha necesidad produce el condicionamiento previo al nacimiento de la ciencia. Necesitamos la ciencia para sentir dicha seguridad, por tanto tendremos una relación de causalidad. Ahora me pregunto ¿de qué depende esa relación de seguridad?, del hecho que observemos las cosas en valor absoluto, es decir objetivamente, para ello ¿quién mejor que la ciencia, con su método científico para proporcionarnos las armas suficientes, y no caer en las garras de cualquier depredador?. Con la objetividad que nos proporciona la ciencia, estaremos “seguros” de que no seremos comida para aquellos que nos quieren engañar. ¿Y si la verdad absoluta no existe?, ¡qué más da!, ya lo sabemos, pero mediante la ciencia no seremos siervos de Dios sabe qué propósito ni de qué malvado. ¡AH! ¡Terrible revés!, nuestra esperanza depositada en la ciencia ha sido retorcida, ya que ella misma se ha convertido en un depredador: ¿Existe algún dato dentro de toda la información que recibimos que sea cierto?, ¿nuestros avances tecnológicos nos proporcionan objetividad o nos ciegan aún más?, ¿mediante la ciencia somos más libres o más esclavos?, ¿es nuestra salud lo que prima o es nuestra potencial energía como fuerza bruta laboral?, y podría seguir haciéndome preguntas hasta medianoche. ¡Pobre de los que no vean dicha causalidad!, porque entonces incrementarán la sensación de divinidad que puede desprenderse de la ciencia cuando no se conoce su origen. Prometeo solo hubo uno, y su hígado sirvió de comida a un águila, no veo a la ciencia muriendo por el hombre.

  

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Fernando Girón

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“Fernando Girón es un músico en alguna medida dentro de su cabeza. Esta disciplina convive con la inquietud de tantas cosas que acaba siendo el Krakatoa antes de su erupción. Un día se puede levantar queriendo escribir una obra de teatro, y después de comer pretende regrabar el disco “Meet the Rhythmn section” de Art Pepper.

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